3/27/2007

La canción de la era perdida ("primer encuentro")

Me levanté con un dolor inmenso en la frente, y no salía de mi asombro al ver dónde estaba. No se confundan, jamás había estado allí antes; pero recordaba perfectamente este lugar de un sueño muy recurrente. Estaba en una bodega. A mi alrededor habían muchísimas vasijas selladas de todos los tamaños, y unos símbolos extrañísimos las decoraban. En el sueño alguien entraba a la bodega así que por precaución me escondí detrás de una vasija enorme que tenía al lado. En ese momento alguien entró. Escuché sus pasos recorrer el cuarto y cada vez que lo escuchaba acercarse me hacía más a las sombras. Caminaba muy lento, buscaba algo. Yo me moría de curiosidad por ver su cara pero me quedé muy quieta en posición fetal. Así estuve un rato hasta que no pude más y me asomé un poco para ver quién era. Cuando saqué la cara y me moví un poco hacia al frente choqué con una vasija. El golpe sonó durísimo, y en un segundo ya lo tenía a él frente a mí. Intenté pegar un grito pero el lo reprimió apretando su mano contra mi boca. Con su otra mano examinó un golpe que tenía en la frente. No sé cuando me habría herido, pero resolví que a eso se debía entonces el dolor.
Tenía el pelo extraordinariamente largo y del color de las piedras. Sus ojos, dos nubes de niebla centellante rasgando su cara, lograban un contraste perfecto con su piel dorada. Y era alto, muy alto. Por lo menos más que yo, mucho más. A primera vista no pude calcular su edad. Por un lado su cuerpo esbelto delataba la juventud que se hacía obvia en sus ojos preocupados. Pero las cicatrices en su cuerpo me hablaban de grandes batallas y tiempos de guerra. Cuando escuché su voz me alivié de saber que hablábamos el mismo idioma. ¡Quizás era el mismo que me robó de las aguas!
Se llamaba Yenza, me dijo, y efectivamente había sido él quien esa madrugada me había traído hasta acá. Según él, para salvarme de una muerte segura.

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