3/27/2007

La canción de la era perdida ("las sirenas")

Ya llevaba mucho tiempo vagando en mis recuerdos. Y mi mente volvió a caer en sí. De repente vi que el paisaje que tenía de frente había cambiado por completo. No quedaba ni un rastro de las sirenas. Casi era de mañana y una nube negra flotaba a dos metros del suelo. Vi que estaba parada todavía en el mismo lugar; detrás de un arbusto para mi conveniencia. Sin embargo sentí que mi cuerpo se movía sólo y sin vacilar me adentré en la espesa niebla.
Corrí hacia delante buscado un lugar claro hasta que mis pies tropezaron con el agua tibia de las olas que rompían en la orilla; y vi flotar en el mar una gran bola de fuego. Curiosa, traté de acercarme más a lo que veía y fue así como logré por fin ver lo que ocurría.
Un barco había encallado en la costa y ardía en llamas. Parecía víctima de un ataque, sólo que no podía ver quién atacaba. Miré a todos lados buscando una respuesta y entonces noté que había gente herida a mí alrededor; muchos de ellos tenían el rostro quemado y andaban cubiertos en ceniza. ¿Las sirenas dónde estaban? A mis espaldas escuché el disparo de un cañón que hizo que la tierra temblara, e inmediatamente con el sonido, vino un resplandor rojo que arropó toda la costa. Los cañonazos se dirigían al mar pero no venían de él. La gente corría y se cubrían las cabezas. Escuché otro, esta vez pude ver de donde venían. Salían del bosque, y de entre la maleza miles de caras se escondían. Sentí un escalofrío correr por mi espalda, hace a penas unos minutos yo estaba allí parada, soñando con lo que antes fue.
Me entró la desesperación. ¡Una guerra! Y yo estaba justo en medio de ella. Corrí a buscar ayuda pero al parecer nadie entendía ni media palabra de lo que decía y me contestaban con cara de confusión y gestos hostiles. ¡Era inútil! En ese lugar yo era la única que hablaba el antiguo idioma atlante. Caí rendida en la arena y exploté en llanto. Todo aquello era confuso, ni siquiera sabía a quien recurrir. Yo era una extraña en aquel lugar. Miré a todos lados y vi a los hombres del bosque salir de la maleza y correr hacia la playa. Pensé que fácilmente me podrían confundir con sus adversarios. Lloré más. Me iban a matar…
Cuando mis lágrimas dejaron de caer y mis ojos se habían perdido en el mar olvidándome de los hombres del bosque, escuché la voz de las sirenas. Como había pasado antes, mi mente volvió al pasado, y comencé a entenderlo todo; ellas cantaban y yo recordaba. Me quedé como hipnotizada, esa canción me hechizaba el alma y no podía aguantar las ganas de correr hacia el mar. Antes pensaba que sólo le ocurría a los hombres, pero sentí mi cuerpo correr por dentro del agua hasta donde me lo permitían las olas. Y aunque a mí alrededor todo seguía igual, en mi mente las cosas habían cambiado.
Sentí que el viento me abrazaba el cuerpo y me llevaba. Todo el mar se convertía en un inmenso espectáculo de ondinas y sílfides. Las veía reír y moverse en el viento, con las olas, todas ellas entonando la misma canción. Aún así escuchaba los cañones, y con cada cañonazo ellas saltaban. Las observé por un rato con los ojos bien abiertos y los brazos extendidos tratando de alcanzarlas… hasta que un ruido me robó la visión.
Hace rato que venía escuchando una voz que me seguía. Nunca entendí, hasta que su acento cambió y sus palabras se volvieron conocidas. Me pidió que dejara aquel lugar. Que me fuera con él… ¡Con él! Mi cuerpo se paralizó completo, ¿cómo es que de repente alguien hablaba mi idioma?
Estuve un rato en la misma posición, perpleja, sin creer lo que escuchaba. Su voz me parecía tan familiar que me daba terror voltearme y ver que no había nadie. Deseaba con toda mi alma que él estuviese allí. Mil veces traté de voltearme y mi cuerpo no respondía; hasta que las palabras dejaron de ser un ruego y se transformaron en una orden.
Lo dijo sólo tres veces – ¡Vámonos! –y no trató reconvencerme más. Sentí sus brazos rodear mi cintura y levantarme del agua. Me puse sobre sus hombros y yo que aún estaba paralizada no pude hacer nada por evitarlo. Nos alejábamos a una velocidad increíble y en poco tiempo ya habíamos dejado la playa atrás. Nos dirigíamos a las profundidades del bosque. Recordé los cañones, las caras, la gente herida. Sentí miedo de los hombres del bosque. Y cuando descubrí que ya podía moverme comencé a forcejear. Le escuché decir unas palabras en otro dialecto que bloquearon mis movimientos. Poco a poco mis músculos se fueron soltando.
Ligera como una pluma –dijo él, y así me sentí. Desde entonces no recuerdo nada más…

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