3/27/2007

La canción de la era perdida ("el comienzo")

Hace mucho tiempo que me he dedicado a observarlas. Ellas sólas son el reflejo propio que en el agua veo cuando me asomo y busco mirar en ellas la silueta frágil de mi cara… mi pelo blanco. Hace sólo dos décadas que a penas llegué a este lugar: Lemuria, tierra de dioses donde encontré al fin una razón para existir.
El ojo humano no puede verlas, ellas llaman con sus canciones a los viajeros; y las nereidas bailan. Muchas veces siento que alguien toca mi mano. Siento el calor de una piel lejana, la sensación de lo ya tocado, y lo recuerdo todo. Recuerdo lo que hace veinte años no vivía, la pérdida de Atlantea, Atlántida mi madre. Yo corrí isla por isla por ir tras sus pasos y llegué hasta este lugar maldito. Me he perdido, vivo escondida en el bosque… observándolas. A ellas jamás las había visto tan bellas. Aquí son extensión de la espuma, malvadas olas amarillas, espejismo de lo humano son cada una de ellas. Y me recuerdan a mí, a lo que antes fui. Pertenecen al mar que amé en tiempos más felices; las sirenas son mis enemigas.
Ellas sabían, las hijas de Doris, de mi oculta presencia e el bosque; y cantaban vanidosas la canción de la era perdida. Sus voces sonaban con el viento, y eran pequeños pedazos caracolados de mi propia voz. Yo corría entre los árboles memorando su melodía encantada; convencida de que bailé sin ritmo la memoria de sus voces decidí bajar…
Había preparado mi mente para el encuentro; hace mucho deseaba sentir la arena entre mis dedos y estaba ansiosa por dejar que las olas me llevasen con ellas hasta la profundidad del mar. Me vestí de flores, solté mi cabello y dejé el viento lo peinara; ahora estaba tan bella como las sirenas, me sentía como una diosa. Y corrí por las veredas del bosque mío soltando ríos y esquivando piedras. Con cada paso acelerado mi pelo bailaba imitando el movimiento de las olas como si anticipasen lo que estaba por ocurrir… y al fin llegué.
Allí me vi, parada frente a la playa que espiaba de lejos; mis pies todavía no tocaban la arena, pero ya estaba allí. Era quizás por timidez que no atrevía a tomar un paso más, y cuando realicé donde estaba parada, corrí a esconderme detrás de arbustos. ¿Qué habrá pasado por mi mente? ¿Por qué actuar así? ¿Acaso tendría yo miedo de aquellas mujeres del agua?
Ellas no se percataron nunca de mi llegada, estaban muy ocupadas peinando sus verdes cabellos y atrayendo viajeros a la costa como para prestar atención a lo que se movía al pie del bosque. Yo me quedé observándolas. Eran mujeres mitad arena, el pelo como las algas y los perlados. Vestían trajes de espuma y brillantes caracoles adornaban sus cabellos. Una de ellas jugaba a ser cantante mientras las demás la envolvían con plumas de un pelícano que había muerto en la orilla. Eran aproximadamente siete, recuerdo. Pero al moverse con las olas parecían multiplicar su ser, y se convertía todo aquello en un mar de sirenas. Yo quedé hipnotizada con aquel espectáculo de barcos que se asomaban en el horizonte buscando a las mujeres de arena.Y me perdí en los recuerdos...
Fueron miles los galeones que vi encallar a causa de ellas. La tripulación siempre moría completa, rara vez alguien lograba salir vivo del mar. A ese que quedaba vivo se lo llevaban los señores del bosque, no sé si para su fortuna… Fueron muchas las veces que bajé del bosque para verlos perecer; yo quería salvar a los hombres atlantes. Pero una voz en mi mente me prohibía hacerlo, decía que me ocurriría lo mismo a mí. Quizás yo, por ser mujer, no me dejaría encantar por la voz de las sirenas; esa voz embruja sólo a los hombres que se dejan encantar. Pero nada me salvaría de los hombres del bosque, esos seres de aspecto fiero, muy altos parecen de hierro con su pelo gris. Yo vivo también en el bosque desde que llegué a este lugar, pero ellos no me pueden ver. Aunque una vez los escuché pasar muy cerca de mí, sintieron mi presencia, y juraría que uno de ellos me pudo ver…se me quedó mirando fijo a los ojos, luego se fue. Tenían piel verde y aunque trataban con respeto a los náufragos que sobrevivían, no podía confiar en ellos. Aún no.
Pienso más en los marinos. ¿Qué vendrían ellos a hacer aquí? Recuerdo cuando era niña, yo era hija de Atlántea como esos hombres del mar. En la aldea en la crecí se escuchaban historias de espectaculares señoras del agua que llevaban a los hombres a la locura. Muchas veces vi a mis hombres desaparecer en el agua y nunca volver. Decían que buscaban aventuras en tierras lejanas y que algún día regresarían llenos de gloria. ¡Quién sabe cuando volverán! Ellos eran los héroes de nuestros tiempos. Y cada noche en la que la luna brillaba completa, tirábamos flores al mar para ver si la Diosa los devolvía.
De pequeña soñé con viajar más allá de las olas; yo quería al crecer convertirme en sirena y atrapar con mi voz el alma de uno de ellos. Cuando vino la gran catástrofe y fui obligada a dejar la tierra a la que estaba acostumbrada, vi la oportunidad perfecta para seguir mis sueños. El destino me obligaba a descubrir nuevos paisajes y viajé isla por isla buscándolo a él. Así fue que llegué hasta aquí…Lemuria, pensé que estaba muerto.

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