3/27/2007

La canción de la era perdida ("primer encuentro")

Me levanté con un dolor inmenso en la frente, y no salía de mi asombro al ver dónde estaba. No se confundan, jamás había estado allí antes; pero recordaba perfectamente este lugar de un sueño muy recurrente. Estaba en una bodega. A mi alrededor habían muchísimas vasijas selladas de todos los tamaños, y unos símbolos extrañísimos las decoraban. En el sueño alguien entraba a la bodega así que por precaución me escondí detrás de una vasija enorme que tenía al lado. En ese momento alguien entró. Escuché sus pasos recorrer el cuarto y cada vez que lo escuchaba acercarse me hacía más a las sombras. Caminaba muy lento, buscaba algo. Yo me moría de curiosidad por ver su cara pero me quedé muy quieta en posición fetal. Así estuve un rato hasta que no pude más y me asomé un poco para ver quién era. Cuando saqué la cara y me moví un poco hacia al frente choqué con una vasija. El golpe sonó durísimo, y en un segundo ya lo tenía a él frente a mí. Intenté pegar un grito pero el lo reprimió apretando su mano contra mi boca. Con su otra mano examinó un golpe que tenía en la frente. No sé cuando me habría herido, pero resolví que a eso se debía entonces el dolor.
Tenía el pelo extraordinariamente largo y del color de las piedras. Sus ojos, dos nubes de niebla centellante rasgando su cara, lograban un contraste perfecto con su piel dorada. Y era alto, muy alto. Por lo menos más que yo, mucho más. A primera vista no pude calcular su edad. Por un lado su cuerpo esbelto delataba la juventud que se hacía obvia en sus ojos preocupados. Pero las cicatrices en su cuerpo me hablaban de grandes batallas y tiempos de guerra. Cuando escuché su voz me alivié de saber que hablábamos el mismo idioma. ¡Quizás era el mismo que me robó de las aguas!
Se llamaba Yenza, me dijo, y efectivamente había sido él quien esa madrugada me había traído hasta acá. Según él, para salvarme de una muerte segura.

La canción de la era perdida ("las sirenas")

Ya llevaba mucho tiempo vagando en mis recuerdos. Y mi mente volvió a caer en sí. De repente vi que el paisaje que tenía de frente había cambiado por completo. No quedaba ni un rastro de las sirenas. Casi era de mañana y una nube negra flotaba a dos metros del suelo. Vi que estaba parada todavía en el mismo lugar; detrás de un arbusto para mi conveniencia. Sin embargo sentí que mi cuerpo se movía sólo y sin vacilar me adentré en la espesa niebla.
Corrí hacia delante buscado un lugar claro hasta que mis pies tropezaron con el agua tibia de las olas que rompían en la orilla; y vi flotar en el mar una gran bola de fuego. Curiosa, traté de acercarme más a lo que veía y fue así como logré por fin ver lo que ocurría.
Un barco había encallado en la costa y ardía en llamas. Parecía víctima de un ataque, sólo que no podía ver quién atacaba. Miré a todos lados buscando una respuesta y entonces noté que había gente herida a mí alrededor; muchos de ellos tenían el rostro quemado y andaban cubiertos en ceniza. ¿Las sirenas dónde estaban? A mis espaldas escuché el disparo de un cañón que hizo que la tierra temblara, e inmediatamente con el sonido, vino un resplandor rojo que arropó toda la costa. Los cañonazos se dirigían al mar pero no venían de él. La gente corría y se cubrían las cabezas. Escuché otro, esta vez pude ver de donde venían. Salían del bosque, y de entre la maleza miles de caras se escondían. Sentí un escalofrío correr por mi espalda, hace a penas unos minutos yo estaba allí parada, soñando con lo que antes fue.
Me entró la desesperación. ¡Una guerra! Y yo estaba justo en medio de ella. Corrí a buscar ayuda pero al parecer nadie entendía ni media palabra de lo que decía y me contestaban con cara de confusión y gestos hostiles. ¡Era inútil! En ese lugar yo era la única que hablaba el antiguo idioma atlante. Caí rendida en la arena y exploté en llanto. Todo aquello era confuso, ni siquiera sabía a quien recurrir. Yo era una extraña en aquel lugar. Miré a todos lados y vi a los hombres del bosque salir de la maleza y correr hacia la playa. Pensé que fácilmente me podrían confundir con sus adversarios. Lloré más. Me iban a matar…
Cuando mis lágrimas dejaron de caer y mis ojos se habían perdido en el mar olvidándome de los hombres del bosque, escuché la voz de las sirenas. Como había pasado antes, mi mente volvió al pasado, y comencé a entenderlo todo; ellas cantaban y yo recordaba. Me quedé como hipnotizada, esa canción me hechizaba el alma y no podía aguantar las ganas de correr hacia el mar. Antes pensaba que sólo le ocurría a los hombres, pero sentí mi cuerpo correr por dentro del agua hasta donde me lo permitían las olas. Y aunque a mí alrededor todo seguía igual, en mi mente las cosas habían cambiado.
Sentí que el viento me abrazaba el cuerpo y me llevaba. Todo el mar se convertía en un inmenso espectáculo de ondinas y sílfides. Las veía reír y moverse en el viento, con las olas, todas ellas entonando la misma canción. Aún así escuchaba los cañones, y con cada cañonazo ellas saltaban. Las observé por un rato con los ojos bien abiertos y los brazos extendidos tratando de alcanzarlas… hasta que un ruido me robó la visión.
Hace rato que venía escuchando una voz que me seguía. Nunca entendí, hasta que su acento cambió y sus palabras se volvieron conocidas. Me pidió que dejara aquel lugar. Que me fuera con él… ¡Con él! Mi cuerpo se paralizó completo, ¿cómo es que de repente alguien hablaba mi idioma?
Estuve un rato en la misma posición, perpleja, sin creer lo que escuchaba. Su voz me parecía tan familiar que me daba terror voltearme y ver que no había nadie. Deseaba con toda mi alma que él estuviese allí. Mil veces traté de voltearme y mi cuerpo no respondía; hasta que las palabras dejaron de ser un ruego y se transformaron en una orden.
Lo dijo sólo tres veces – ¡Vámonos! –y no trató reconvencerme más. Sentí sus brazos rodear mi cintura y levantarme del agua. Me puse sobre sus hombros y yo que aún estaba paralizada no pude hacer nada por evitarlo. Nos alejábamos a una velocidad increíble y en poco tiempo ya habíamos dejado la playa atrás. Nos dirigíamos a las profundidades del bosque. Recordé los cañones, las caras, la gente herida. Sentí miedo de los hombres del bosque. Y cuando descubrí que ya podía moverme comencé a forcejear. Le escuché decir unas palabras en otro dialecto que bloquearon mis movimientos. Poco a poco mis músculos se fueron soltando.
Ligera como una pluma –dijo él, y así me sentí. Desde entonces no recuerdo nada más…

El día en que dejé de ser yo para convertirme en su groupie ("una tarde con Santiago")

Con los nervios de punta, así se siente una cuando se tiene una cita con un escritor famoso. La noche anterior ni siquiera pude pegar pestaña pensando qué le iba a decir. Rogaba por que no me hablara de política.... ni de literatura, aunque para eso estábamos. ¿Qué le iba a decir entonces?
El lunes desperté como siempre; 7:00 am, dos horas en el baño, una de casa al tren, la clase de literatura, luego la de arte y wooshh se me fue el tiempo. A las dos mi cita con Santiago, es decir con Mayra, que me lo iba a presentar. El problema es que todavía quedaba una hora antes del encuentro. Como era de esperarse traía su libro conmigo... jamás me presentaría sin haberlo leído antes. En esa hora lo deboré completo. Ummmm bueno no, la mitad nada más, confieso. Cada dos minutos miraba mi celular para saber la hora, pero el tiempo pasaba lento. ¡Qué ansiedad! En esos sesenta minutos leí, caminé, busqué el consuelo de mis semejantes y rompí el record de miradas al celular, hasta que por fin se hicieron las menos diez.
Entro al lugar del encuentro, La Tertulia, y lo primero que veo: Mayra Santos, ¡yes! Ella se alegró al verme y vi en su cara un gesto de alivio. Quizás pensaba que ninguno de sus estudiantes vendríamos a ver a su gran amigo Santiago Roncagliolo, ganador más joven del premio de la editorial Alfaguara. Ver a Mayra fue como ver ayuda celestial, le conté lo nerviosa que estaba.
"¡No seas pendeja!"-me dijo- "Él es un tipo bien chevere, ya verás."
Así que me tranquilizé. Y noté que poco a poco iban llegando mis compañeros. Yo no era la única que venía a conocerlo, ellos también. Me puse a hablar de libros con una de ellos hasta que llegó él.
Lo supe por que escuché a Mayra gritar "¡Ya llegó!" desde la otra esquina. Sentí que los músculos se me comprimían, primero los de la cara, y no quize voltearme a verlo. Desde ahí, muy cerca de él, escuché su voz. Ese acento extranjero, que nada tenía que ver con los peruanos que se ven en "Laura en America", me devolvió el nerviosismo que antes tenía. Se escuchaba como un tipo normal, pero aún así era él... no me pude voltear a verle.
Cuando sentí que ya se iba y su voz se alejaba, fue que entonces reaccioné y me fui a sentar a donde se llevaría a cabo la presentación de su libro: Abril Rojo (buenísimo de hecho). El resto de l que pasó ahí lo pueden ver en las noticias, y si no pues se lo perdieron....
Lo que quería contar pasó después de la presentación, cuando me atreví a hablarle para que firmara mi libro.
Yo me ví allí parada frente a él, Mayra muy cerca, y él mirándome interesado en lo que le iba a decir. En ese momento pasaron por mi mente todas las conversaciones que había planeado la noche anterior... ninguna surgió. Me sacó de mis pensamientos la voz de Mayra que gritaba: "¡Santiago, cuidado con esa mujer que ella es tu groupie!"
¡Qué vergüenza! Me muero, pensé. Ahí sentí la posesión de algún espíritu maligno, que me hizo escupirle en la cara sin respirar "¡Hola Santiago, soy estudiante de Mayra y soy tu groupie!"
¡Queeeeeeeeeeeeeeeeé! ¿¿¿Y eso que fue??? Esa no era yo, ¡no!, yo no hablo así. Lo vi reir, me preguntó mi nombre y no me quedó nada más que felicitarlo por su premio y hablar de su blog. Eso para que viera que lo había leído y que podía decir más cosas que "soy tu groupie".
Me fui corriendo de allí en cuanto me firmó el libro, no podía con la vergüenza. La primera vez (bueno en realidad la segunda, después de todo Mayra también cuenta) que conozco a un escritor famoso y no puedo sostener una verdadera conversación. Me odio.
Al salir de La Tertulia, una de las que conmigo estaba me pidió ver lo que me había escrito Santiago en mi libro. Todavía no se me había ocurrido mirar lo que escribió. La escuché dar un grito de euforia. ¿Y eso?
Esto fue lo que me escribió:
Para Carla:
porque tu groupie soy yo,
Santiago.

De lo blanco y otros narcóticos

Todas las mañanas al subirme al tren, estación Hato Rey claro, observo con curiosidad a la gente. En la Milla de Oro siempre neva, me he fijado. Antes pensaba que era el sol quien con sus rayos blancos arropaba las oficinas ejecutivas que circundan mi apartamento, pero no es así. Les cuento, sucede que uno de esos días rutinarios iba yo corriendo a la estación; tenía prisa. El viento soplaba de forma extraña y pequeñas nubes blancas se amontonaban sobre mi cabeza.
¡Qué raro!- pensé- Aquí con el sol que hace siempre y el cielo hoy lleno de nubes. ¡Como llueva me cago en to' lo que se mueve!
Las nubes poco a poco se fueron disipando, hasta que en el cielo quedó sólo una, la más blanca....
LLego al tren, paso la tarjeta. ¡Mierda!, no tiene fondos. Vuelvo a salir, intento meterle dinero, no me acepta el billete (El próximo tren hacia Bayamón llegará en 1 minuto / The next train to Bayamón araives in 1 minute) lo plancho, ahora lo coge. Vuelvo a pasar la tarjeta piiiiii estoy adentro. Subo las escaleras como alma que lleva el diablo, el tren ya está ahi y me escurro entre la puerta que casi me pincha.
¡Por poco se te va el tren!- dice una señora que ya estaba adentro.
¡Cállese vieja cabrona!- digo para mis adentros y me pongo el I-pod. Dentro del tren la gente parece extaciada. Cada quién está en su mundo y los que no, andan buscando conversaciones que muy pocas veces pasan de una mirada extrañada. Yo lo observo todo desde el asiento más distante, casi siempre con Gavin de fondo.
I don't want to come back down from this cloud- canta Gavin muy consciente de lo que pasa en mi entorno. Para esto ya hemos llegado a la estación siguiente... "Roosevelt".... dice una voz femenina y por allá algún persiado mira a todos lados para ver de donde sale la voz. Se abren las puertas, gente entra, entre ellos un señor muy elegante con un protuberante bigote blanco. Debe ser algún presidente o alto ejecutivo de algún banco, me parece. Sigo mirando la gente, más adelante hay una elegantísima señora de peinado alto y protuberante bigote blanco. Detrás de ella un universitario riopedrense, supongo, con los pies trepados en ¡Alto! ¡¿Una señora con prutuberante bigote blanco?! WTF???
Algo aquí está pasando...... "Domenech".... la voz, alguien mira. La señora se baja. Entran tres ejecutivos y dos policias, todos ellos de protuberante bigote blanco. ¡Un momento!- estoy confundida. Vuelvo a mirar al señor presidente del banco, ¡Pero qué pasa!, su bigote está a medias y veo como se relambe el lado restante....
Me vuelvo hacia la ventana y veo la Milla de Oro pintadita de blanco. ¡Estos americanos son la ostia-escucho que dicen- ya hasta lograron que nevara en Puerto Rico! ...."Piñero"..... otra vez la voz, alguien mira. Yo vuelvo a observar a los bigotudos que se paran. Veo como todos a la vez se pasan la lengua por debajo de la nariz y en un baile sincronizado todos respiran profundo como si de una alergia se tratase; cojen su maletíin y se van.
Esta vez no entra nadie, nos hemos quedado el universitario y yo sólos..."Universidad"... la voz, nadie mira. He llegado....

La canción de la era perdida ("el comienzo")

Hace mucho tiempo que me he dedicado a observarlas. Ellas sólas son el reflejo propio que en el agua veo cuando me asomo y busco mirar en ellas la silueta frágil de mi cara… mi pelo blanco. Hace sólo dos décadas que a penas llegué a este lugar: Lemuria, tierra de dioses donde encontré al fin una razón para existir.
El ojo humano no puede verlas, ellas llaman con sus canciones a los viajeros; y las nereidas bailan. Muchas veces siento que alguien toca mi mano. Siento el calor de una piel lejana, la sensación de lo ya tocado, y lo recuerdo todo. Recuerdo lo que hace veinte años no vivía, la pérdida de Atlantea, Atlántida mi madre. Yo corrí isla por isla por ir tras sus pasos y llegué hasta este lugar maldito. Me he perdido, vivo escondida en el bosque… observándolas. A ellas jamás las había visto tan bellas. Aquí son extensión de la espuma, malvadas olas amarillas, espejismo de lo humano son cada una de ellas. Y me recuerdan a mí, a lo que antes fui. Pertenecen al mar que amé en tiempos más felices; las sirenas son mis enemigas.
Ellas sabían, las hijas de Doris, de mi oculta presencia e el bosque; y cantaban vanidosas la canción de la era perdida. Sus voces sonaban con el viento, y eran pequeños pedazos caracolados de mi propia voz. Yo corría entre los árboles memorando su melodía encantada; convencida de que bailé sin ritmo la memoria de sus voces decidí bajar…
Había preparado mi mente para el encuentro; hace mucho deseaba sentir la arena entre mis dedos y estaba ansiosa por dejar que las olas me llevasen con ellas hasta la profundidad del mar. Me vestí de flores, solté mi cabello y dejé el viento lo peinara; ahora estaba tan bella como las sirenas, me sentía como una diosa. Y corrí por las veredas del bosque mío soltando ríos y esquivando piedras. Con cada paso acelerado mi pelo bailaba imitando el movimiento de las olas como si anticipasen lo que estaba por ocurrir… y al fin llegué.
Allí me vi, parada frente a la playa que espiaba de lejos; mis pies todavía no tocaban la arena, pero ya estaba allí. Era quizás por timidez que no atrevía a tomar un paso más, y cuando realicé donde estaba parada, corrí a esconderme detrás de arbustos. ¿Qué habrá pasado por mi mente? ¿Por qué actuar así? ¿Acaso tendría yo miedo de aquellas mujeres del agua?
Ellas no se percataron nunca de mi llegada, estaban muy ocupadas peinando sus verdes cabellos y atrayendo viajeros a la costa como para prestar atención a lo que se movía al pie del bosque. Yo me quedé observándolas. Eran mujeres mitad arena, el pelo como las algas y los perlados. Vestían trajes de espuma y brillantes caracoles adornaban sus cabellos. Una de ellas jugaba a ser cantante mientras las demás la envolvían con plumas de un pelícano que había muerto en la orilla. Eran aproximadamente siete, recuerdo. Pero al moverse con las olas parecían multiplicar su ser, y se convertía todo aquello en un mar de sirenas. Yo quedé hipnotizada con aquel espectáculo de barcos que se asomaban en el horizonte buscando a las mujeres de arena.Y me perdí en los recuerdos...
Fueron miles los galeones que vi encallar a causa de ellas. La tripulación siempre moría completa, rara vez alguien lograba salir vivo del mar. A ese que quedaba vivo se lo llevaban los señores del bosque, no sé si para su fortuna… Fueron muchas las veces que bajé del bosque para verlos perecer; yo quería salvar a los hombres atlantes. Pero una voz en mi mente me prohibía hacerlo, decía que me ocurriría lo mismo a mí. Quizás yo, por ser mujer, no me dejaría encantar por la voz de las sirenas; esa voz embruja sólo a los hombres que se dejan encantar. Pero nada me salvaría de los hombres del bosque, esos seres de aspecto fiero, muy altos parecen de hierro con su pelo gris. Yo vivo también en el bosque desde que llegué a este lugar, pero ellos no me pueden ver. Aunque una vez los escuché pasar muy cerca de mí, sintieron mi presencia, y juraría que uno de ellos me pudo ver…se me quedó mirando fijo a los ojos, luego se fue. Tenían piel verde y aunque trataban con respeto a los náufragos que sobrevivían, no podía confiar en ellos. Aún no.
Pienso más en los marinos. ¿Qué vendrían ellos a hacer aquí? Recuerdo cuando era niña, yo era hija de Atlántea como esos hombres del mar. En la aldea en la crecí se escuchaban historias de espectaculares señoras del agua que llevaban a los hombres a la locura. Muchas veces vi a mis hombres desaparecer en el agua y nunca volver. Decían que buscaban aventuras en tierras lejanas y que algún día regresarían llenos de gloria. ¡Quién sabe cuando volverán! Ellos eran los héroes de nuestros tiempos. Y cada noche en la que la luna brillaba completa, tirábamos flores al mar para ver si la Diosa los devolvía.
De pequeña soñé con viajar más allá de las olas; yo quería al crecer convertirme en sirena y atrapar con mi voz el alma de uno de ellos. Cuando vino la gran catástrofe y fui obligada a dejar la tierra a la que estaba acostumbrada, vi la oportunidad perfecta para seguir mis sueños. El destino me obligaba a descubrir nuevos paisajes y viajé isla por isla buscándolo a él. Así fue que llegué hasta aquí…Lemuria, pensé que estaba muerto.

3/25/2007

Frente al espejo

"No quedan dudas, está muerto; se me fue, se ha ido. Las miradas, nuestras manos, el silencio, el pasado, el futuro, el presente... esos ojos, todo se fue. No vuelve, si no lo menciono jamás volverá. ¡Lo hago por mi, me duele, me cansé de esperar!"

Se calló un alfiler. El ruido casi me deja sorda.

"No lo creo, ¿así nada más? ¿Sin decirle adios? ¿Te olvidas de él como si no hubiese pasado un minuto desde que se conocieron?"

Levanta la mirada. Mis ojos la interrogan, sé que miente.

"¡Bah! Si ya sabía yo, no podía ser verdad."

"No, esta vez lo digo en serio, ya me harté de estar parada frente a él... invisible, haciendo el mismo papel de estúpida. ¡Me cansé de ser la amiga! "

La miro. Me da lástima, esto nunca lo va a superar.

"Y esta vez, ¿qué pasó?"

"¡Que me harté, ya te dije!"

Al decir esto levantó los brazos como si estuviese rogando al cielo. A la siguiente hora seguía insistiendo en lo mismo. Lo iba a olvidar. Pero en cada intento por odiarlo lograba recordarlo más.

"¡Ya basta! Es inútil, no se puede arrancar una astilla así porque así, se perfora más en la piel. Así duele."

Y yo, que te he visto caer todos estos años, no puedo... Ya lo sentía primero que tú.

Por tí, amiga, déjalo ir.

3/24/2007

Perdona tía, pero así fue...

Casi muero de la risa cuando vi su cuerpo acostado en el ataúd. Iba vestida con el traje púrpura que siempre lucía en ocasiones especiales, y aunque de antemano sabía a quién veníamos a velar, sólo por el atuendo supe que se trataba de ella. Para nada me gustó la peluca cobriza que habían escogido para cubrir su cabeza calva, y mucho menos el exceso de maquillaje que llevaba puesto, pero aún así me parecía un cadáver normal.
¡Se parece a Don Francisco! –exclamó una de mis primas con una carcajada y yo arrastrándola fuera de la capilla me reía también. No logré alcanzar a ver las miradas de los que allí se encontraban, pero imagino que más de uno se ofendió con nuestra imprudencia. La verdad es que poco me importó; si tía Silvia estuviese allí parada observando su propio cuerpo hubiese reaccionado igual. Afuera me encontré con varios de mis familiares que también comentaban lo poco que se parecía aquel cadáver expuesto a mi tía. Me senté en unas escaleras para hablar con mis primos, y saqué mi celular para mirar la hora. Eran casi las 11: 30 de la noche, poco a poco el cansancio se iba apoderando de mí. Al otro día enterrarían al cuerpo pero yo no iba a ir; suficiente hice con bajar desde Hato Rey para ver a la difunta, además tenía clases al otro día.
Hoy mismo fue que murió. –Comentaba mi prima Ana quien estuvo presente en el momento de su muerte y en quien recayó la difícil tarea de limpiar el reguero de sangre que dejó aquel cuerpo al explotar. – Como a eso de la madrugada – continuó ella –me desperté por que algo como que me levanto y en eso veo a la enfermera que entra al cuarto y me dice que viniera a ver algo. Así que la seguí hasta el cuarto donde estaba tía y me enseño como tenía toda la piel de los brazos abierta.
Nos contó que su piel se había vuelto violeta y que botaba sangre por todos los orificios del cuerpo. Le limpiaron la sangre pero cada vez expulsaba más y las grietas en la piel se hacían cada vez más profundas y visibles. –Yo creo que ahora sí se nos va. –dijo la enfermera mientras que con una gasa metía su mano dentro de una hendidura que tenía en el área abdominal para aguantar la sangre. –Cuando la enfermera dejó de limpiar el boquete que tenía en la barriga –continuó mi prima –por ahí mismo fue que explotó. Según ella la sangre corría por toda la cama y a pesar de haber explotado por dentro mi tía aún seguía aferrada a la vida y no permitía que aquel cáncer la venciera.
Yo la limpié un rato –decía ella –pero como a los cinco minutos me tuve que ir de ese cuarto. No te imaginas como gritaba…fue horrible.
Mientras ella seguía contándonos todo aquello en la escalera, yo volví a mirar mi celular. Esta vez daban las 12:15 de la noche y ya yo no podía con mis pestañas. Aún así seguí pendiente a la conversación. –Me lavé las manos y me fui a acostar un rato y cuando me levanté otra vez que viene la enfermera y me dice que tía Silvia se acababa de morir ahora mismo. Y te digo que lo único que hice fue soltar tremenda carcajada e irme a dormir otra vez.
Lo de la carcajada nos explicó que fue sólo su reacción a la noticia. Claro, habiendo estado con mi tía en el momento más crítico lo lógico para ella al enterarse que ya todo había terminado era reírse y a carcajadas. Pero no tan diferente fue mi reacción esa misma mañana cuando a las 8: 24, camino al tren, recibí la llamada de ella para decirme que tía había muerto. Mi reacción fue reírme también, aunque de forma más sutil. La muerte de nuestra tía significaba para nosotras, las que la vimos durante todo el proceso de la enfermedad, su merecida libertad. Y la noticia de que ya por fin había muerto nos devolvió todas las energías que nos había drenado los meses anteriores.
En el momento en que Ana terminó de contar su experiencia llegó Félix, el novio de mi hermana, para decirme que ya nos íbamos otra vez para Hato Rey. Ya eran casi la una de la madrugada; él trabajaba al otro día, mi hermana tenía una entrevista de trabajo y yo clases. Así que recogí mis cosas y corrí a la cafetería de la funeraria para tomarme el último chocolate caliente; no antes sin despedirme de todo el mundo y de ver a mi tía por última vez fingiendo con mi cara más triste que su muerte me causaba profundo dolor…

Tiene un ojo a cada lado

¿Te has fijado como miran las aves? En una cabecita donde un pico exagerado obstruye la vista y hay un ojo a cada lado, ¿podrán mirar hacia el frente?
A mi lorito Fabio no le gusta que lo mire a los ojos, me pica. Pero a veces, lo observo caminar por la casa recogiendo con su pequeño pico cualquier basurita que encuentra en el piso. Veo como camina y se detiene; sus ojos parecieran estar mirando un trozo de ajo que se me ha caído al suelo cuando cocinaba, y estando fijos, su cabeza se inclina hacia un lado para mirar con un sólo ojo. De esa manera analiza rápidamente lo que ha encontrado para luego girar la cabeza nuevamente hasta quedar frente a frente con el artefacto, y darle un picotazo veloz y preventivo, no muy profundo. Inmediatamente su lengua siente el sabor resinoso del ajo, y achinando los ojitos que parecen estar aguados, agita la cabeza de forma exagerada como queriendo dejar atrás la sensación de aquella probada. Increíblemente no abandona a su adversario; desde no muy lejos, veo como estira el cuello y vuelve a virar la cabeza. Sólo que ahora mira con el otro ojo como si así fuese a ver algo diferente.
¡Un momento! ¿Podrá ser eso? No me parece coherente, pero si un perro puede ver en blanco y negro y un caballo lo ve todo más grande, entonces ¿por qué un pájaro no puede ver algo de manera diferente con cada ojo?
Continúo…
Su ojo, por el momento sólo utiliza uno, ya no observa con curiosidad el objeto que tiene al frente. Ahora, para mi sorpresa, vuelve a picar el canto de ajo pero esta vez como si disfrutara el sabor que antes le repugnó; lento y despacio parece comerlo.
A veces me pregunto si podrían estar viendo una cosa por un ojo cuando al mismo tiempo observan un paisaje diferente con el otro. Sé que pueden mirar hacia el frente, y anulo la oración donde lo pregunto anteriormente. ¿Pero será posible mirar dos cosas a la vez? Hago la prueba y descubro que sí es posible.
Miro hacia el frente enfocando mi vista hacia un punto en específico. Observo con claridad todos los detalles, y los memorizo rápido. He escogido un lugar en el techo pues estoy acostada mientras escribo esto. Puedo ver el abanico que gira sobre mi cabeza y muy arriba en la pared también puedo ver un atrapa sueños que he colgado no hace mucho. De manera espontánea cubro con mi mano mi ojo derecho; sigo viendo lo que veía antes sólo que ahora no puedo ver el ventanal a la derecha ni una silla que está a mi lado si no es por que se reflejan en un espejo que tengo de frente. Destapo mi ojo derecho para cubrir el izquierdo y descubro que veo exactamente lo mismo salvo por un pedazo de pared donde se reflejaba mi sombra hace un momento atrás cuando miraba por ese ojo.
El resultado es obvio, el propósito de tener dos ojos es que así podemos tener una visión panorámica de lo que nos rodea. Sin embargo, nunca sabré como es ver con un ojo a cada lado pues mis ojos permanecen siempre juntos, siempre al frente...

Otro día en la estación

Eventualmente, cuando pienso en ello, me detiene la nostalgia de tus palabras: "Que si me he ido es por que necesito estar solo." O sin mí, diría yo. No es que reproche tu manera hermitaña, pero es que...¡es que sigo sin entender por qué me has abandonado!
Todavía, a media tarde, camino hasta la estación con la esperanza de que hayas vuelto; y te espero una o dos horas en el mismo rincón donde solíamos encontrarnos a veces. Sabes, te cuento, uno de esos días en los que optimista te esperé, un hombre vino hacia mí. Se llamaba Alejandro, decía verme todas las tardes en aquel mismo lugar esperando por alguien que nunca llegaba. Esa tarde Alejandro me invitó un café que yo rechazé, por supuesto. "No gracias, es usted muy amable, pero resulta que la persona que espero no tarda en llegar." Pero no lo hiciste, y esperé largo rato. Alejandro se fue sin insistir y no lo he vuelto a ver hasta entonces.
Así fueron pasando los años y yo te seguía esperando con la misma ilusión de los primeros días. Ya conocía a muchos en la estación, incluso a veces platicaba con las meseras de un restaurante cercano que me sorprendían una que otra vez con deliciosas meriendas que yo devoraba de inmediato. Platicábamos de cosas banales, de sus empleos, sus romances, del ultimo grito en fin de todo un poco. Muchas veces surgían conversaciones filosóficas entre nosotras, pero muy rara vez; y fueron también muchas las veces que surgió la pregunta inevitable de una de sus bocas, a lo que yo siempre contestaba: "Espero a mi marido que no tarda en regresar." Suficiente con decir eso para que ellas se miraran entre sí como si no hablaran mi mismo idioma y continuaran la conversación.
Durante todo ese tiempo que pasé allí llegue a memorizar todas las rutas que funcionaban en la estación; y por primera vez comprendí que la vida no tenía por qué limitarse a un sólo paisaje. Descubrí que había vida más allá del horizonte y sentí fascinación por la vida del viajero. Con el tiempo conseguí un empleo en la boletería. Resolví que así la posibilidad de encontrarte aumentaría, pues tarde o temprano tendrías que pasar por ahí. Y entonces te volvería a ver.
Sucedió una mañana, cuando menos lo esperaba. Llegaste de improviso, un poco mayor y con las mismas viejas maletas. Yo acababa de llegar también a mi puesto, y aún no me acomodaba el uniforme. Dolores, quien trabajaba conmigo, te atendía mientras yo escuchaba desde el cuarto de empleados.
"Tres boletos para Berlín, por favor." te escuché decir. ¿Pero para qué querías tres boletos si estabas sólo? ¿Acaso uno no te era suficiente? Dejé de preguntarme de inmediato y decidí volver a mirar hacia tu dirección.
Nunca olvidaré aquel momento, justo en el mismísimo instante en que apartaba la mirada escuché la voz de un niño q se aproximaba: "¡Papá papá, que se nos va el tren!" exclamaba mientras tú lo cargabas en tus brazos.
Tenía más o menos ocho años, calculé, un año menos desde que te fuistes. ¡Se parece tanto a tí!En mi mente comenzaron a saltar imágenes mientras te ví marcharte a lo lejos con el niño y una mujer que creo haber visto alguna vez. ¡Claro, si te has marchado con ella, la del restaurante! ,grité furiosa.
Ahora lo recuerdo todo. Hace casi diez años cuando celebrábamos nuestro primer año de casados en el restaurante de la ciudad, ella atendió nuestra mesa.
"¿Un año?, felicidades; se les ve muy felices." comentaba ella mientras te lanzaba miradas coquetas que yo ignoraba. Ahora que lo recuerdo, ella nunca dirigió una sola de sus palabras hacia mí. Aparte de tomar mi orden; siempre te habló sólo a tí. ¿La conocerías de antes? ¡Qué estúpida fui al no darme cuenta!
Ahora que veo como te alejas sin tan siquiera notar mi presencia, ahora que te veo con tu nueva familia, me doy cuenta de el tiempo que he malgastado esperándote. Pero si de algo me han servido todos estos años en la estación, ha sido para aprender que es uno quien decide las circunstancias. Esa misma mañana que te volví a encontrar, dejé de ajustarme el uniforme y renuncié a la boletería. Desde entonces vivo viajando, y los trenes que he abordado ya no me saben a tí...