7/08/2007

Carta para un Anónimo:


Todavía hay cosas muy crueles que le digo a la gente para que no me vuelva a suceder. Me prometí mí misma que no me dejaría otra vez expresar palabras bonitas sin un seguro de prueba. Yo no quise enamorarme de ti. Sólo que la presión a la que me sentía para entonces sometida hizo que te pensara diferente a lo que suelo pensar sobre otros como tu. Jamás sentí que hacía el ridículo contigo, actuaba con naturalidad, pero muchas veces me llegué a sentir rechazada. A veces era yo la que empujaba las cosas y muchas veces soñé contigo. Y te lo decía…Soñaba que te tenía cerca, que me querías, que yo te quería a ti. Pero luego descubrí que te gustaban las niñas de diecisiete y de habla no tradicional. Esas niñas de círculos exclusivos y personalidad encantadora. A ti te gustan delgadas, rubias, de ojos grandes y sonrisa lustrosas; así como no soy yo. Te gustan por las fotos atrevidas, los circuitos cancelados, las sonrisas practicadas y esa mueca adorable que hacen todas cuando tratan de ser feas. A mí sin embargo, me tenías todo el tiempo, a la mano, como muestra de perfume que recoges del periódico. Mis fotos no alteradas, no te hicieron delirar como las de ellas… pero yo soy real. A mí si lo intentas, me puedes tocar. Y yo todavía sufro escuchando conversaciones que no me pertenecen, leyendo comentarios de superficie para gente que jamás te va a ver. Gente que no comprende que tu voz suena algo extraño, que hueles a perfume de bebé, y que cuando hablas, nunca miras a la cara. Yo comprendo que no me quieras, y para ser más franca, nunca pretendí robar ni un segundo de tu cariño. Yo sólo quería que me miraras a los ojos y me tuvieras en tu mente. Lejos de compromisos y conversaciones de espejo, yo quería tenerte de frente sin obligarte a nada.

Yo sé que te incomoda encontrarme sentada cada medio día debajo del almendro. Improvisando saludos, para cumplir. Muchas veces procuraste caminar de largo para no mirarme; por si yo no te había visto, para no cruzar palabras. Encontrarme allí sentada te compromete al abrazo forzado de un saludo que no quieres dar. Pero eso es lo único que te puedo sacar, un buenos días a media mañana. Y estoy segura que jamás imaginaste que me encontrarías no sólo en el almendro, sino también sentada muy cerca en el pupitre de un salón al que muy pronto dejastes de ir.

Yo no sé si es por mí que ya no te quiero, o si es que me pega fuerte esta vez, por ser la primera, que siento la crueldad del rechazo. Pero al leer que le decías mía a una piel extranjera, dejé de tejer los sonidos de tu boca en mis sueños. Y de pensar que algún día yo podría estar tejiendo mis palabras en los tuyos.

No te puedo explicar cómo siento, porque ya no siento nada. Pero quiero decirte que todavía guardo muy en el fondo pedazos de esos sueños rotos que olvidé para no herir más mis pensamientos; con la ilusión de que algún día los vuelva a imaginar en otra cara, en otro tiempo, con otro nombre…